El cuarto álbum de Rosalía, Lux, lanzado también en noviembre de 2025, es mucho más que un disco: es un acontecimiento estético. Un manifiesto. Una ofrenda.
Su arquitectura sonora, construida junto a la Orquesta Sinfónica de Londres y trabajada a lo largo de varios años, se despliega como un templo musical en el que conviven catorce idiomas, múltiples tradiciones religiosas y una sensibilidad femenina profundamente contemporánea.
Rosalía ya no canta solo para la industria. Canta para el mundo, para lo sagrado y para sí misma.
I. La luz como programa estético
Lux —“luz” en latín— no es un título casual. Es la clave poética, musical y filosófica del proyecto. Desde el primer movimiento, el álbum propone una ascensión: de la carne a la trascendencia, del dolor al resplandor, de lo humano a lo espiritual.
Pero esta espiritualidad no es dogmática: es un gesto íntimo, un modo de encontrar en la música un espacio de respiración en un mundo saturado.
Rosalía utiliza la luz como metáfora sonora. Las cuerdas iniciales funcionan como un rayo finísimo, un hilo dorado que va abriéndose paso a través de la oscuridad. A partir de ahí, la orquesta no acompaña la voz: dialoga con ella.
Cada idioma es un prisma diferente a través del cual la luz vocal se refracta.
II. La paleta sonora: un vitral orquestal
A diferencia de Motomami, con su pulsión electrónica y su experimentación rítmica, Lux es un álbum predominantemente acústico.
Las cuerdas conducen casi todo el discurso. Los coros funcionan como columnas que sostienen el edificio. Los vientos ofrecen destellos dorados; los metales, un espesor casi sacro; la percusión, mínima, marca momentos de gravedad y revelación.
La voz de Rosalía emerge como un haz que atraviesa ese vitral sonoro.
En un momento canta en árabe con una suavidad que parece flotar sobre la orquesta; en otro, en latín, se vuelve casi litúrgica; en ucraniano, su timbre adquiere una dulzura quebrada; en siciliano, un susurro ronco que evoca lo ancestral.
La paleta sonora de Lux es, entonces, un mosaico de colores vocales y orquestales. Cada pieza parece estar iluminada por un sol distinto.

III. La arquitectura en cuatro movimientos
Lux está estructurado como un oratorio contemporáneo. Sus cuatro movimientos funcionan como estaciones espirituales:
- Movimiento I — La caída
Habla de la materia, del cuerpo, de la pulsión mundana. Las cuerdas acompañan la voz como quien sostiene a alguien que está a punto de desplomarse.
- Movimiento II — La súplica
Aquí aparecen las primeras referencias explícitas a figuras femeninas asociadas a la santidad. Rosalía implora, dialoga con algo más grande, pide guía pero sin subordinarse.
- Movimiento III — La ascensión
El más sinfónico y expansivo. Las voces se multiplican, los idiomas se entrelazan. Hay un crescendo que no es épico: es luminoso.
- Movimiento IV — La despedida
Cierra el álbum con una reflexión sobre la muerte, pero no la muerte como tragedia, sino como transformación. En “Magnolias”, Rosalía imagina su propia muerte y al mismo tiempo canta la posibilidad de ser luz más allá del cuerpo.
La división en movimientos no es solo formal: es emocional. Escuchar Lux entero produce la sensación de haber atravesado un rito.
IV. El multilingüismo como gesto poético y político
Rosalía explicó en entrevistas que cantar en múltiples idiomas no fue un acto de virtuosismo, sino un modo de comprender otras formas de sensibilidad.
Cantar en árabe —por ejemplo— requiere una respiración distinta. Cantar en latín implica un registro más frontal. Cantar en ucraniano exige una tensión suave en ciertas vocales.
El aprendizaje de estos idiomas, trabajado con profesores y asesores lingüísticos, vuelve cada canción un pequeño laboratorio cultural. Pero más que eso: un gesto político.
Rosalía apuesta por una música global que no busca homogeneizar, sino escuchar. Lux no es una Babel caótica: es una catedral polifónica donde las lenguas no chocan, sino que se reconocen.
V. Espiritualidad y feminidad: una nueva teología pop
Uno de los aportes más fuertes del álbum es su relectura de lo divino desde una sensibilidad femenina. Rosalía no se limita a cantar sobre Dios: reescribe la relación con lo sagrado desde la libertad, la decisión, el deseo, el cuerpo y la autonomía.
En varias canciones, las santas no son figuras inalcanzables, sino compañeras de camino. La oración no es súplica: es conversación.
En “Dios es un Stalker”, Rosalía vuelve íntimo lo trascendente. Dios no es ni juez ni amo: es una presencia que observa, que acompaña, que a veces molesta, que a veces consuela.
En otras canciones, la figura divina se vuelve una metáfora del propio arte: la creación como acto sagrado, la música como rito de luz.
El feminismo del disco no es militante ni dogmático. Es místico. Reivindica la espiritualidad como territorio legítimo de la mujer, un espacio donde puede crear, destruir, amar, morir y renacer.
VI. El legado de Lux: hacia una estética de lo sagrado pop
Con Lux, Rosalía profundiza su ruptura con las fronteras tradicionales del pop.
Si El mal querer fue un experimento flamenco-digital, si Motomami fue un manifiesto de libertad rítmica y corporal, Lux es una apuesta por lo monumental. Se atreve a situarse en una tradición donde conviven Hildegard von Bingen y Arvo Pärt, Björk y los oratorios barrocos, Caetano Veloso y los cantos litúrgicos.
Pero lo más notable es que lo sagrado aquí no aparece como un refugio del mundo, sino como una forma de habitarlo. Rosalía entiende que en la era de hiperconexión, crisis climática, guerras y ruido digital, la espiritualidad no es evasión: es resistencia.
La luz de Lux es una luz frágil, pero persistente. Una luz que no ilumina desde arriba, sino desde adentro.
VII. Conclusión: cantar para volver a nacer
Al terminar el último movimiento, uno siente que Rosalía no compuso un disco: compuso una invocación. Lux es un espacio donde lo humano se vuelve luminoso, donde el dolor encuentra una melodía, donde la lengua es cuerpo y el cuerpo es plegaria.
La artista, en este álbum, se corre de su propio centro para encarnar algo más grande: una tradición que no es ni europea ni latina, ni religiosa ni laica, sino humana.
Con Lux, Rosalía abre una puerta hacia lo que podría llamarse una “mística pop”: un modo de cantar que no busca imitar lo litúrgico, sino reinventarlo. La luz de Lux no enceguece. Acompaña. Guía. Respira. Y en ese respirar, ayuda también a quienes la escuchamos a volver, aunque sea por un instante, a nacer.
