A lo largo de los años, cada vez que se menciona la imagenería del tango como género musical, se pone el acento en la escuela gardeliana de canto o bien en la contribución del conventillo de inmigrantes, cuando no, en la introducción del bandoneón en las agrupaciones instrumentales.
Sin embargo, muy pocas palabras se refieren acerca de la gravitación y el carácter fundante que han tenido las comunidades afrodescendientes en el origen del género.
Conviene iluminar a la luz de la historia dos hechos claves:
1) Tanto Buenos Aires como Montevideo eran en el tiempo colonial, puertos que contaban con una gran cantidad de tráfico de negros, de allí que en ellas se asentaran comunidades afro que trajeron consigo su cultura, especialmente sus reuniones musicales, sus danzas, las cuales hemos conocido con el nombre de tango y candombe.
2) La comunidad afrodescendiente ocupó un lugar primordial como activo político en los tiempos de Juan Manuel de Rosas.
Una vez alejado éste del poder, también la desgracia y la proscripción cayeron sobre pardos y morenos, como se los llamaba por aquel entonces.
Prohibiendose especialmente, sus marchas de candombe por las calles de la ciudad.
Estos hechos mencionados anteriormente, motivaron que las reuniones de la comunidad se mantuvieran preservadas en un ambiente dado en llamarse academias, milongas, canguellas o piringundines.
Allí, en las academias de pardos y mulatos de Buenos Aires, se comenzó a esbozar una danza enlazada, tomando elementos de la mazurca (danza sumamente popular por aquel entonces) que imitaba los cortes y pausas de su música.
De este modo con el correr de los años, esta danza, buscó una música que la represente y la acompañe de un modo cabal, de allí que diversos musicólogos sostengan que el tango nació en primer lugar como danza y luego buscó su cauce en las letras que narraban vivencias procases y pícaras las más de las veces.
Cabe destacar el lugar preponderante que tuvieron pardas, chinas y mulatas en mencionada génesis, ya sea como anfitrionas, danzarinas o coreógrafas.
Baste citar por caso algunos nombres extraídos del anaquel de la historia: Carmen Gómez, La morena Agustina, Clotilde Lemos, Refucilo, Flora Adelina, La “negra” Sosa, La mulata María Celeste, La Ñata Aurora, La ñata Rosaura, Deodelinda.
Así mismo entre morenos y compadritos, relucen especialmente las siguientes figuras: Cotongo, Benguela, El pardo Alejandro, El “negro” Hilario, Pintín Castellaños y Casimiro Alcorta, este último fué liberto de uno de los más destacados músicos clásicos de aquellos años: Amancio Alcorta.
Estas milongas y canguellas se asentaron en los barrios de San Telmo, Palermo, Balvanera, Monserrat (llamado antiguamente “Barrio del tambor”) La Boca y San Cristóbal.
Fueron muchas las contravenciones que movieron a la comunidad afroargentina al silencio social, reservando sus toques y danzas a un ámbito privado durante más de cien años.
Siendo burlados en sus danzas por los blancos en los carnavales,cuando no, condenados a más de cien azotes y un mes de cárcel, si tocaban tambor en la vía pública.
Esto sin mencionar el estigma de la esclavitud que se prolongaba incluso una vez libertos, ya que en algunos casos, continuaban portando el nombre de quienes fueran sus antiguos amos.
Reflexión final y últimas palabras
Quiso el devenir de la historia que estas expresiones celebraran la resistencia de un pueblo oprimido e invisibilizado por largo tiempo.
Me solazo al ver hoy en día como crecen y se multiplican a lo largo y ancho del país milongas y cuerdas de candombe que salen a ganar la calle, especialmente, por la joven muchachada.
De tanto en tanto adivino un mínimo lagrimón que humedece estos ya ajados papeles, con la esperanza quizás que aún es posible construir un relato más allá de las voces hegemónicas.
Apronto mis pasos a la vereda, a lo lejos, se oye el repiquetear de los tambores, acudo presuroso a sumarme al encuentro con el fuego primordial que tensa las lonjas y une los corazones.